lunes, 15 de agosto de 2016

Retropost #1106 (15 de agosto de 2006): Guerra civil: El vaivén de la memoria


Guerra Civil: El vaivén de la memoria

Publicado en Historia. com. José Ángel García Landa

El título alude a una reseña de la Revista de Occidente que colgaré pasado mañana creo. Hoy no esperaba ver un ciber abierto; es fiesta, llueve (mala combinación) y me he pegado la tarde viendo Bailando con Lobos.
(Bueno, por fin consigo colgar la reseña, tras varios días de problemas con la red... Aquí va).

Guerra civil: el vaivén de la memoria

Es el número de este verano de la Revista de Occidente. Tanto en los artículos sobre la guerra como en los otros se ventilan cuestiones interesantes desde el punto de vista de la narratología cultural.

Santos Juliá ("Bajo el imperio de la memoria") observa que para las generaciones de posguerra, "la rebeldía contra el relato recibido adquirió el contenido de una rebelión contra los padres" en el caso de los vencedores. "En esa imposibilidad de crear una comunidad de memoria que implicara a padres e hijos en la misma celebración de un pasado de guerra radica, quizá, la razón de que al rechazar el gran relato contado por la Iglesia como agencia de creación de sentido, los hijos de vencedores y vencidos no lo sustituyeran por otro; no llenaran el lugar antes ocupado por la memoria impuesta por otra memoria colectiva, la de los vencidos; en realidad, carecían de una representación del pasado con la que sustiuir a la que se les había impuesto" (13). Quienes escribieron sobre la guerra civil tras la caída de Franco no pensaron en hacer una reivindicación y rehabilitación de los derrotados. Había al parecer una cierta actitud aséptica que podríamos interpretar, digo yo, como negación del trauma, como si fuese el trauma cosa de otras generaciones (o quizá temor al pasado reciente, o temor a la repetición). El caso es que ahora sí piden muchos la recuperación de la memoria histórica como algo que sí les afecta directamente, aunque señala Juliá que "la memoria jamás podrá ser única, ni tendrá por qué existir un centro de elaboración, más que recuperación, de la memoria: ya lo hemos sufrido, de parte de los vencedores. Si nos obstinamos en llamar memoria a lo que es representación construida del pasado, entonces habrá muchas memorias que tendrán que coexistir y, si fuera posible, convivir; pero también polemizar, como varias y enfrentadas son, y no pueden dejar de ser, las representaciones de ese pasado de guerra" (19). En cuanto a consecuencias jurídicas, "las guerras civiles sólo pueden terminar en una amnistía general, una conclusión a la que llegaron muy pronto" quienes hicieron la transición (19). Ello no quita, opino, para la oportunidad de elaborar esas narraciones o ceremonias que lleven al reconocimiento y superación del trauma, donde lo haya.

Francisco José Martín ("Acontecimiento y categoría de la Guerra Civil") la ve como una tragedia anunciada, aun negándose a verla como inevitable, ni a ver en la República el preludio fatídico de una guerra inevitable. (También observa que "los ensueños republicanos de hoy tienen muy poco que ver con la realidad efectiva de los años 30" (23)). Como acontecimiento trágico, la Guerra Civil es un foco de irradiación de sentido histórico, "impone su sentido a uno y otro lado de sí" (24) "Y en esta forma conferida todo queda reducido a conflicto. También el antes y el después del hecho bélico. Nada que quede fuera, y lo que no encaje en esa forma, o no se somete a su lógica, pierde peso y desparece de la escena, queda oculto entre los márgenes del discurso, relegado a las sombras y silencios de la historia" (25). Pero esto es para Martín, podríamos decir, una falacia perspectivística; el acontecimiento trágico nos ciega y no nos deja de ver el resto de la realidad que ahí está también. "Era, pues. Y lo que era, no era otra cosa que ’dos Españas’ en lucha fratricida. Esta era la evidencia. La guerra sancionaba ontológicamente la escisión" (25). Se aplica así como categoría interpretativa ubicua y total, pero eso falsifica la historia: "la Guerra Civil da cuenta sólo parcialmente, y de manera insuficiente, de la realidad histórica de la España reciente" (26)—por ello, opino, quizá sea especialmente pernicioso para la percepción narrativa e histórica el guerracivilismo obsesivo de algunos sectores especialmente militantes de las dos españas (o así autodefinidos, claro): "No fue todo la guerra, no. Pero se impuso sobre la realidad y todo tomó la forma de la guerra. O, al menos, así parece. Así aparece, en efecto, en la forma histórica dominante, ese relato vencedor estructurado alrededor del centro, o eje, de la Guerra Civil. También la historia, al cabo, una contienda de relatos. No, no fue todo la guerra, pero acabó por imponerse y cubrir con su manto la entera realidad española. Pero era sólo una cobertura" (29). Enfatiza Martín la necesidad de evitar los dualismos absolutos, y repensar el papel de los intelectuales que se quedaron o volvieron tras la guerra (no necesariamente "nacionales") o de los ciudadanos pillados por accidente en cualquier bando, o en la España franquista—ya sea el "exilio interior" o la "tercera España". "En los márgenes del discurso histórico se asoma y se insinúa la realidad sepultada por sus categorías" (33). El análisis crítico del discurso y la narratología cultural ayudan a pensar, me parece, esta distancia entre realidad y sus representaciones ideológicamente inaceptables.

Eduardo González Calleja estudia en "La otra ’batalla de la cultura’" los esfuerzos de propaganda de los dos bandos en América latina. "La movilización de la opinión pública fue la gran baza de influencia del régimen republicano frente a la actitud de una mayoría de gobiernos latinoamericanos indiferentes o veladamente hostiles" (50). Por su parte, el franquismo hacía diplomacia personalizada, con entrevistas personales y discretas con personajes influyentes. Entre caballeros, vamos. De todas maneras, González Calleja observa que en las campañas desarrolladas por un Estado en el extranjero, "la propaganda tiene un limitado potencial de cambio en la opinión pública y que, en general, sólo contribuye a reforzar las opiniones de los ya convencidos" (59).

François Godicheau examina "La política de orden después de mayo de 1937 y la reconstrucción del Estado" en el bando republicano (que siempre fue una jaula monos a pesar de esa "reconstrucción"). Los anarquistas fueron puestos firmes y llamados al orden, y los más radicales son detenidos, con la dirección de la CNT colaborando para evitar una sublevación general. El orden republicano se volvió más y más autoritario, con duras actuaciones judiciales basadas en leyes laxas, que condenaban a fuertes penas o a muerte a quienquiera expresase opiniones desfavorables al gobierno. "La censura prohibía toda crítica al gobierno, a su presidente, al presidente de la república" y a los aliados especialmente Rusia y Méjico. Para ser supuestamente el bando "democrático", "lo que resalta es la desaparición de toda discusión política y la búsqueda de la unanimidad, la reducción a la nada del espacio público" (75). O sea, otro estado totalitario, exactamente igual a su adversario de enfrente; así que no es extraño que la disensión, en cuanto la había, se expresase directamente a tiros entre distintas facciones republicanas.

Norberto Mínguez, en "Historia y memoria en el documental español contemporáneo" sobre la guerra civil nos dice que "España posee un pasado traumático que se acerca bastante a la definición que Hayden White elabora del acontecimiento moderno, aquel que, como en los traumas infantiles de ciertas neurosis, no puede ser olvidado, pero tampoco adecuadamente recordado" ("The Modernist Event") (81). "La transición española no sólo supuso la amnistía para los responsables de la dictadura, sino que evitó el reconocimiento y la reparación de sus víctimas. Este acuerdo injusto pero necesario favoreció una suerte de amnesia generalizada" (82). En las sociedades modernas, en principio, "la memoria ha sido conquistada e incluso erradicada por la historia" (33) pero ambas son selectivas, mediadas por signos, "Ambas realizan un trabajo de indagación sobre el pasado que permite acceder a un conocimiento más profundo de la propia identidad y, lo que es más importante, decidir lo que queremos ser en el futuro" (34). Examina Los niños de Rusia (Jaime Camino, 2001), Las fosas del silencio (Montse Armengou y Ricard Belis, 2005), Rejas en la memoria (Manuel Palacios, 2004), El tren de la memoria (Marta Arribas y Ana Pérez, 2005), Extranjeros de sí mismos (José Luis López Linares y Javier Rioyo, 2000), Entre el dictador y yo (Juan Barrero et al., 2005), La doble vida del faquir (Elisabet Cabeza y Esteve Riambau, 2005). Películas que merecen ser más conocidas. Valoran el testimonio y la experiencia subjetiva del pasado, la emoción; rechazan el olvido o amnesia de la transición, y dan al recuerdo una función terapéutica, además de proponer valores democráticos. "Estas películas consiguen rebatir a quienes creen que es mejor no mirar atrás" (99). Son textos necesarios los "que hablen del pasado y de su representación con rigor y honestidad: textos que reconozcan la dificultad de articular memoria e historia, que entiendan el pasado no como un campo de batalla donde se dirimen los intereses del presente, sino como un espacio de reflexión y representación que nos ofrece la oportunidad de hacer del futuro un lugar más habitable" (99).

(Sobre el trauma o la amnesia, me interesa por implicación propia en traumas o amnesias. Mi abuelo murió durante la guerra civil, pero poco sabemos en la familia de esa historia. Quién lo mató, por ejemplo. Quizá haya que investigarlo. Durante toda mi infancia no vi una sola fotografía de mi abuelo, sólo hacia los años noventa salió una a la luz y está ahora junto a la de mi abuela, que tuvo que sacar adelante sola y en ambiente hostil a sus tres hijos pequeños. De mi abuelo mucho tiempo se habló sólo en voz baja—aunque luego le dedicaron una calle en Escuer, el pueblo que ayudó a construir. Y, claro, por supuesto ha habido trauma de guerra civil en mi familia, que ha estado marcada por ambas ramas, en una por el asesinato cobarde de mi abuelo y en otra por el exilio hasta la vejez o hasta la muerte de mis otros abuelos y mi tío. Si con eso no hay elementos para traumas en la familia... Y también desmemoria: aunque parezca mentira, las cuestiones más evidentes pueden pasar a la desmemoria. Por voluntad de salir adelante, supongo, y necesidad de adaptarse y hacerse una vida bajo el nuevo orden, o bajo otra bandera tricolor. Sánchez Dragó ha publicado recientemente una novela autobiográfica donde narra su propia amnesia y recuperación de la memoria tras una experiencia parecida. Ya he hablado algo de ella. Pero la manera en que Sánchez Dragó manifiesta involuntariamente su trauma, a la vez que intenta analizarlo, merece un post aparte).


Sigue en la Revista de Occidente una entrevista con Anthony Beevor, autor de una historia de la guerra civil recientemente reelaborada (Crítica, 2005). Beevor sostiene que la verdad fue la primera víctima de la guerra; que la República estaba destinada a ser derrocada de una manera u otra desde que el PSOE eligió la vía de la Revolución por encima de la democracia. "Un aspecto que no ha sido tomado en cuanta al analizar las causas de la Guerra Civil es la sombra de la Revolución rusa" (105) (—hombre, que no haya sido tenido en cuenta... será que no se ha recalcado por lo evidente, en todo caso). Para Beevor, la propaganda exterior de la República fue desastrosa, mientras que los nacionales lograron el apoyo de inluyentes sectores conservadores empresariales. Y subraya también los prejuicios que a los españoles impiden el ver con claridad los hechos objetivos de la República y la guerra que sí son visibles para una mentalidad extranjera que no los vea como armas arrojadizas para su política.

Hay otros artículos en este número de la revista pero ya no versan sobre la guerra civil. Sí lo hacen las reseñas: una sobre los discursos de Miguel Hernández, donde el reseñista queda decepcionado por el enceguecimiento partidista y la violencia agresiva del poeta, comprensibles por el contexto de los discursos pero que no los hace más atractivos. Mejor olvidarse de este lado de Miguel Hernández, parece sugerir, aunque lo mismo podríamos decir lo contrario (es más educativo). Otra reseña comparando las obras de Stephen Koch y de Ignacio Martínez de Pisón sobre el asesinato de José Robles y la ruptura entre Hemingway y Dos Passos. Aunque Koch tiene una prioridad histórica, para el reseñista es bastante ignorante sobre las circunstancias del conflicto español, y se desinteresa de su tema central, José Robles. Martínez de Pisón escribe en cambio una obra sensible, emocionante, atenta a los matices y con valor literario. Sí se trasluce en la reseña también una antipatía del reseñista hacia Koch, o una cierta voluntad de enfatizar sus aspectos negativos. El que sí sale mal parado, de acuerdo con todo el mundo a una, es Hemingway, ególatra, oportunista, insensible e indiferente a las atrocidades cometidas por sus compañeros de viaje. Y hay otra reseña, sobre Ramiro Ledesma Ramos y el fascismo español de Ferran Gallego, "donde el autor redime al personaje de los tópicos bajo los que yacía sepultado para devolverle toda su frescura" (218). No sé si para Ferran Gallego tiene el personaje y su obra el atractivo que sin duda tiene para el reseñista, a quien no sólo no se le oye un asomo de condena al fascismo en la reseña, sino que (peor) no se le presupone. Para mí, la frescura de los fascistas tiene otros aspectos también dignos de reseña.










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